domingo, 25 de noviembre de 2012

Después de Mansfield Park

Es fascinante el efecto que puede causar en mí el leer una de las novelas de Jane Austen. La calidez de su escritura, el intenso gozo que se recibe al ir desentrañando los secretos de sus complicadas oraciones. No hay modo de expresarlo más que invitando a deleitarse en la lectura. Una calidez, una condensación de agradables sentimientos se conjuntan para crear la posibilidad de una evasión completa. Me fascina. No hay palabras, ni quisiera compararme a tan querida escritora. Estoy feliz, feliz por un espacio de tiempo importante. Las consecuencias sobre mi mente son tales que me gustaría disfrutarlas a todas horas. ¿Cómo es posible que me demorara tanto a la hora de terminar de leerlo? Tonta de mí. Pero a pesar de toda la alegría, es imposible eludir la tristeza que se sigue al terminar un buen libro. El volver a la vida terrena, cotidiana. Pero supongo es el ciclo de la vida, para admirar como es debido la lectura, hemos de intercalarla con espacios de rutina, abatimiento.

Nuevamente, me siento feliz y contenta. Y ni el pensamiento de la urgencia de mis obligaciones perjudica ese sentimiento de felicidad. Pero supongo que es este precisamente el que me ayudará a llevarlas a cabo de la forma más eficiente.